13/3/08

Un extraterrestre en la tierra media





Cada día en que se acumulaban los recuerdos e informaciones en su cerebro, sacaba una placa rígida, transparente y apoyaba su dedo en ella. Sin necesidad, si quiera, de moverlo y mediante éste sus pensamientos llovían sobre ella en forma de letras: así escribía su diario…

Día I
Niebla espesa, mis censores de visión se encendieron y divisé la cadena de montañas que en mi mapa figuraba, majestuosa. Me detuve, mis sentidos se agolparon, intenté relajarme y me fijé en que todas las cosas estuvieran listas. Continué caminando.

Día II
Gritos en el aire, aves extrañas sobrevolando. Mi cuerpo pegado al piso se arrastró sigilosamente. El aroma de las flores me mareó, sentí nauseas.
A lo lejos estaban las minas “Los Ranales”, debía llegar a ellas según mis instrucciones. El miedo comenzó a devorarme.

Día III
Descansé entre dos montículos duros llamados “rocas”.La tranquilidad, se manifestó en la mañana.
Los feroces osos negros, que tanto temía, no se materializaron.
Me dirigí rumbo a la “Piedra de las tres cuadernas”.
Los vientos fueron fuertes, como se me había advertido, En mi cuerpo encorvado se sintió la resistencia, pero los atravesé y me dirigí al pueblo “Del Agua”.

Día IV
Llegué al sitio señalado como mi objetivo, Hobbiton estaba en frente de mí. El lugar era extraordinario, cada parte de mi ser deseó absorber la belleza y guardarla. Esto no debió retenerme, la búsqueda de Frodo estaba pendiente.

carta de Emma Zunz



Querida Elsa Urstein:
“Los pedacitos de congoja en cambio derraman pétalos o miedos, pero también espinas despaciosas que no se van/ se quedan.”[1] Así es como me siento, amiga.
Te preguntarás: ¿Por qué maté al Señor Loewenthal? ¿Cómo fueron los hechos? Lo que me sucedió fue increíble, pero en el sentido del horror de lo increíble.
El señor Arón Loewenthal, hombre serio, respetable para todos e incluso para mí, antes de lo acontecido en aquel siniestro día.
La tarde del domingo, recibí su llamado pidiéndome que me acercara a las oficinas para comentarme un (pretexto) asunto de la huelga. Hacia allí me dirigí, había dejado la verja abierta para que pudiera pasar, rodeé al perro de la entrada y llegué hasta su despacho. Me saludó cordialmente y me indicó que me sentara en su diván. Así comenzó a persuadirme con un débil discurso sobre la lealtad e intentó sonsacarme información sobre los cabecillas de la revuelta. Quedé perpleja, sentada allí, tímida, titubeante, sin decir una palabra, se produjo un sordo silencio. Se sentó a mi lado y comenzó a acosarme, un monstruo suspendido en el tiempo, creó que grité, la nebulosa rodea mis recuerdos.
La oscuridad cesó, no se cómo recordé que en su escritorio escondía un revolver, le rogué que me trajera agua e imagino que creyendo en mi ingenuidad, lo hizo. Secuencias rápidas, disparos salieron de mi mano, de mi cuerpo, de mi alma y mi odio. Sólo los ladridos del perro lograron devolverme a la realidad, temblorosa anuncié a la policía: - Ha abusado de mí y lo he matado.
¿Acaso estoy condenada por castigar mi ultraje? ¿Quién no mataría a su verdugo?
Intentando salir de la maraña que es hoy mi vida, “Los pedacitos de felicidad son como fiebres migratorias, llegan con la estación en alza, se van con el segundo frío”[2], ojalá se quedaran en mi para siempre.

Emma Zunz

P.D.: “Iniuriarum remedium est oblivio”
[3]





[1] Benedetti, Mario, “Garantes”, de La vida ese paréntesis.[2] Benedetti, Mario, “Garantes”, de La vida ese paréntesis.[3] “El olvido es el remedio de los daños"
Nota: Esta carta evoca al cuento "Emma Zunz" de Jorge Luis Borges.

8/3/08

El zumbido


Joaquín se levantó una mañana en medio de un sopor.
Se llevó una mano a su oído derecho, su cara se transfiguró al darse cuenta de que el zumbido que escuchaba no había sido sólo parte del sueño que acababa de tener. Lo que él oía no era como una pava hirviendo ni como un silbido, sino como si hubiera estado escuchando música en altos niveles toda la noche, aunque no había sido así.
Se levantó he intentó hacer su vida normal, pero eso que lo perseguía lo dejaba en una especie de trance.
A la mañana siguiente el zumbido había desaparecido, aunque volvió a repetirse con el paso de los días. El suceso resultó aleatorio y Joaquín pensó que era parte de su estrés. Al principio le costó aguantar esos momentos en que el zumbido estaba allí, ya que le provocaba mareos y a menudo necesitaba presionar su oído en el intento, en vano, de detenerlo. Pero luego de unos meses logró acostumbrarse a esa presencia y a veces se mofaba diciendo a quien viera que se encontraba acompañado, obviamente el interlocutor se preguntaba por quién y Joaquín se anticipaba respondiendo que su amigo “el zumbido” estaba con él.
Un atardecer –de un día impreciso– una comezón sorprendió a Joaquín. Éste se llevo la mano a la oreja derecha para rascarse y allí se encontró con un pequeño cabito que le salía del orificio, lo sujeto con sus dedos y tiró de él. Tuvo que cerrar los ojos porque la presión que le ejerció la salida del objeto le hizo soltar algunas lágrimas de dolor. Lo dejó caer, aún con los ojos cerrados como con temor de ver lo que era. Cuando los abrió, parpadeó un poco aturdido. La seguridad de que ya el zumbido no estaría más en él lo lleno de tranquilidad. Joaquín se quedó un rato más mirando la pequeña pluma de pájaro que reposaba sobre el suelo.

6/3/08

Autorretrato


El oscuro rostro de un perro ladrando, caninos chorreantes de espuma rabiosa, imágenes, manadas de gente caminando la rozan sin saber que ella existe, imágenes, manos que tapan oídos para no oírla, para no oírla.
Ella abrió los ojos, estaba sentada en la cama y hacía rato que se había perdido. Desde el monitor de su computadora Frida la observa tiesa en su autorretrato. Ella se sintió inválida como Frida, pero sin físicamente estarlo. Pensó que a pesar del dolor la artista mexicana se veía bella en rojos, amarillos y azules.
Encendió un cigarrillo y se acercó a un espejo al lado de su cama, la imagen duplicada estaba pálida. Ella tomó sus maquillajes y comenzó a pintarse: polvos negros y rosas, brillos y pestañas arqueadas. Su cuadro ya estaba listo. Sonrió, las imágenes ya habían dejado de hostigarla.

4/3/08

Hastío del personaje


Si pudieras levantarte de la cama, correr las cortinas y la oscuridad de las cosas fuera absorbida. Si abrieras la ventana y dejaras que el encierro, olor rancio, alcohol y humo se escapara. Si permitieras que tu familia te visitara y aceptaras su apoyo.Si recordaras aquel camarín de mala muerte, que redecoraste y te refugió por años. Si pisaras los tablones de la interpretación, el arte y la vida. Si alejaras tu orgullo y aceptaras la decadencia del paso del tiempo. Si dejaras de sentir aquel desprecio por mí en la noche cuando mis lágrimas no salieron de tus ojos. Si aquella vez no te hubieras permitido el veneno del olvido en tu vaso. Quizás no te hubieras perdido tratando de volver a encontrarme, quizás hubieras aceptado la vida de otro personaje.Si yo no te hubiese atrapado en mi historia y enceguecido con la consagración de tus pares y del público por el fervor de la emoción que de mí interpretaste. Si no me hubiera cansado de la repetición de mi vida cada noche. Si supieras que fui yo la que te ha dejado y no tu inspiración, tu musa. Quizás no te hubieras hundido en la soledad de este pequeño cuarto de hotel ni esperaras tu muerte.
Nota: Este texto fue escrito bajo el hechizo del cuento Subjuntivo de Juan Sasturain.

Un respiro



Las cuatro paredes de su cuarto le hacían sentir asfixia, sólo agarró su abrigo y salió de allí.
Caminó errante por Recoleta, cuadra tras cuadra, hasta que llegó a Plaza Francia y comenzó a mezclarse en el laberinto humano, que caóticamente la recorría. Se sentó en un banco, a su lado había una revista, –debe ser de algún indigente– pensó y tuvo el inexplicable impulso de tomarla.
El sentimiento de ahogo volvió a abarcarla, se levantó y a paso lento llegó a las escalinatas de la Facultad de Abogacía. Comenzó a leer un artículo y descubrió que era de esa clase que tanto había criticado…chismosa, al percibir esto, se rió y le dolió hacerlo – demasiado tiempo sin sonreír–. Cerró los ojos y dejó que el viento arremolinado le trajera un respiro.
Volvió a sonreír y siguió leyendo.