10/10/12

Ella es como yo: ambas tejemos historias


Hoy, luego de muchos años, me atrevo y abro los sonidos de mi infancia encerrados en un cuarto: chispas de calor en la chimenea, música de agujas danzantes tejiendo,  monotonía de sillón de mimbre, voz áspera y susurrante contando historias. Libero mis sonidos para tu herencia de recuerdos, te los regalo para que los atesores en cajas o laberintos de tu memoria.
Mi teoría es que cada uno guarda sus recuerdos de distintas formas en el mundo misterioso de  la memoria. Yo los guardo en un cuarto, en la sala de estar de la casa de mi infancia. Otros los guardan en globos inquietos, en cajas  de colores, en hojas de árboles, en fotografías descoloridas por el tiempo. Algunos no pueden encontrar dónde han  dejado algún recuerdo y éste se pierde y envejece en la esperanza de ser encontrado. A los recuerdos les gusta ser revividos y contados; algunos tienen la suerte de convertirse en historias.
Todas las tardes, mi abuelita se sentaba en una silla mecedora a contarme cuentos mientras tejía. A medida que crecía el tejido crecían las historias. A veces éstas eran como muñequitas rusas de porcelana y como el infinito se tejían una dentro de otra… algo contado en la  pechera de un suéter: una cosa dentro de otra. Y así, varias madejas  de distintos colores se juntaban para convertirse en unas flores, una  casita con chimenea, unas montañas, nubes, un sol sonriente y un  manzano, formando un paisaje dentro de un pullover. Mi abuela solía  crear imágenes en mis suéteres de acuerdo al cuento que me relataba. Así en mis pecheras se contaban historia de ciencia ficción, aventura, romance y todas las que pudieras imaginarte.
Un día ella comenzó a tejer una historia sobre una abuela que contaba cuentos a su nieta frente a la chimenea mientras tejía. Esa abuela del pullover contaba cómo las arañas tejían sus telas y lo  maravilloso que le resultaba ese mundo arácnido. Ella decía: — yo soy como ella y ella es como yo, ambas tejemos historias. Y en la nueva pechera se  tejió una araña. Mi abuelita tardó tres días en tejer esa historia. Al tercer atardecer, cuando lo terminó me dijo: — andá a la cama, hoy me siento muy cansada. Mañana comenzaremos un nuevo tejido.
A la mañana siguiente corrí a su cuarto y ella no estaba allí.  Mi pecho se cerró en una puntada de mal presentimiento. Quise correr hacia su mecedora, pero no pude. Mis piernas empujaron con fuerza el agua invisible que las frenaba, como en una inundación luchaban por avanzar. Finalmente, logré llegar a su silla, que crujía en su cotidiana y monótona danza.  Pero mi abuela no estaba allí y  mi imagen se repitió en múltiples ojos.
Todos los días recuerdo a mi abuela. Nunca más la volvimos a ver. De  vez en cuando vemos enormes telas de araña sobre la chimenea. Sus agujas, lanas e historias fueron envejeciéndose con el paso del tiempo  y yo no me había atrevido a revivirlas… hasta hoy.