4/1/16

Lo que habita en las jaulas



Su cabeza rebotaba en el vibrar del vidrio-ventana del micro que la llevaba al pueblo. Se había quedado dormida. Alguien la llamo para avisarle que habían llegado a la terminal. Ella se bajó impasible. 

 El pueblo era un compendio de casas bajas de estilo colonial, no se veía gente por los alrededores, caminó cargando su mochila las cuadras hasta el río que lo atravesaba.


 La palabra ZOO se desdibujaba en un cartel blanco desvencijado, ella se acercó al portón de reja oxidado. Pudo ver que dentro había una garita y se acercó a ésta. Diez pesos — le susurró una voz entre áspera y metálica desde la rejita que ocultaba el rostro del habitante de la garita y que sólo dejaba escapar esa voz como un respiro. Ella depositó el dinero a través de una canaleta y un papel amarillento salió de esa pequeña boca de hierro. Mora tomó el papel rectangular y lo leyó: “Disfrute de nuestro pequeño zoológico en el pueblo… gracias por visitarnos.”.


Levantó la vista para ver el lugar, sólo vio pastizales, unas pocas jaulas y unas fosas. Era algo lúgubre, añejado. Dio unos pasos y sus zapatillas se hundieron en un barro espeso de lluvia copiosa, se quedó pensando en la noticia que había escuchado en la radio acerca de la sequía que venía asolando a la región. Se acercó a una gran cápsula de vidrio, en el letrero frente a ésta se leía el nombre de una especie de serpiente. Recorrió el recinto caminando lentamente. Notó algunas rajaduras en el vidrio. Dentro, el piso era de cemento frío y vacío, no pudo ver dónde estaba el ofidio.
Dio unos pasos más y una jaula enorme atrapaba a un águila que se hallaba en esos instantes en lo alto de un árbol, que había dentro de la estructura de hierro. Mora se quedó expectante a que el ave se moviera, pero parecía que desde ese lugar podía ver restos de cielo, que alguna vez fueron su casa.
Tres pasos más y otra jaula un poco más pequeña encerraba una construcción de material gris sólido.



Mora no vio que habitaba en esa estructura hasta que sus ojos se toparon con la mirada de un búho completamente blanco, tan níveo, tan escalofriante. Los ojos elípticos del búho no dejaban de mirarla. Mora dio unos pasos atolondrados hacía atrás y topó contra otra jaula, dentro de ella no había animal alguno y así sucedía con varias otras. En un estanque flotaban unos animales que Mora no llegaba a reconocer, se acercó al cartel indicativo, pero el óxido se había tragado las letras.



El sonido de una tos áspera interrumpió sus pensamientos. Al darse vuelta vio la puerta de la garita abierta y unos ojos que la miraban desde dentro. La tos del hombre volvió a alertarla.
Se apresuró a salir del zoológico, confusa. Afuera parecía que la vida corriera en un mundo aparte y aparente, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se aseguró su mochila a la espalda y continuó su camino.